Casi siempre nos dirigimos a Dios cuando algo malo nos pasa, cuando sentimos que nuestras fuerzas se debilitan y que no podemos mas. Por qué siempre en esos momentos y no en otros?. La oración debería ser como el respiro de la fe y la consecuencia normal de nuestra relación filial para con Dios. Orar debería significar ir "dialogando" con Dios lo que nos va aconteciendo, nuestros planes, nuestros éxitos y nuestros fracasos también.
Pero la Eucaristía es un momento privilegiado en que cumplimos las consignas que Jesús nos ha dado para la oración. En un acto penitencial o en las oraciones que el sacerdote dice en nuestro nombre, oramos por nosotros mismos, pidiendo a Dios su perdón y su ayuda. Entonamos a Dios por boca del sacerdote o todos juntos, oraciones e himnos de alabanza y gratitud a Dios. Pedimos tambien por los que sufren, por las vocaciones, por los jóvenes, por nuestros hijos, por los enfermos y los ancianos. También rogemos por los gobernantes y por un mundo mejor. Antes de acercarnos a comulgar, recitamos siempre la oración que nos enseñó el Señor, el Padrenuestro y así nos disponga a recibir mas dignamente el cuerpo y la sangre de Cristo. Tenemos que pedir al Señor que nos enseñe a rezar y que nos haga el hábito de que lo visitemos mas frecuentemente al templo. No nos perdamos más esta oportunidad de agradecerle por todo lo que tenemos, en su propia casa, la de Nuestro Padre.